M.C.S.L. SAN BENITO ABAD.
"Voz que Clama en El Desierto"
Nro. 4. Fecha: 26/01/2015.
(IV Parte)
--¿Nos conoce Jesús?—
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--¿Lo conocemos?—
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Si le digo a uno que tiene las manos atadas: ¡Levanta las manos!, no puede. Si les sueldo las ataduras y le digo de nuevo: ¡levanta las manos!, puede hacerlo, si quiere, pero no tiene por qué querer necesariamente.
Me parece que ha quedado bastante claro que Jesús nos conoce y la manera cómo nos conoce. Ahora bien, ¿le conocemos nosotros?
Empecemos por ese mismo descubrirnos, escudriñados por Dios desde dentro, de tal modo que en el Juicio final cuando seamos puestos definitivamente, al desnudo delante del Señor, o, mejor dicho, cuando nuestra realidad quedará tan iluminada que se haga plenamente diáfanas para nosotros, nos veamos limpios e irreprochables, y por consecuencia… Santos. Esta situación, ¿no debe hacernos sentir descorazonados? ¿No atenta contra nuestra libertad, el que el Señor nos conozca aún mejor que nosotros mismos (Cf. Sal 139)? La respuesta la hallamos en el misterio de la Encarnación. El Hijo de Dios se ha hecho carne y en ello se hace completamente diáfano a nosotros, se nos comunica a Sí mismo, hablándonos con palabras que podamos entenderle. Pero aún más: nos permite identificarnos con Él; de tal manera, que nos es posible entablar una verdadera relación esponsal, de unidad, de compenetracion. Esta esponsabilidad nos lleva al misterio de una intimidad donde sólo es posible el conocimiento y re-conocimiento mutuos. Una esponsabilidad donde somos incorporados, en las llagas de Cristo, a su Cuerpo, que además se nos da como alimento cotidiano. Él nos conoce a nosotros en sí mismo, y nosotros le conocemos a él como nuestra verdad más propia; no en nosotros, sino en Dios.
Por esto que apenas he esbozado, podemos descubrir cómo sólo podemos conocer a Jesús en la medida en que nos identifiquemos con Él, en cuanto seamos injertados en Él, y permanezcamos unidos a Él, como los sarmientos a la Vid. En esta esponsabilidad, la identificación con Jesús significa un hacernos alimento, un pertenecer a su Cuerpo. Y para ello hay que entrar en Él.
Conocer a Jesús, entonces, no es cosa de ponernos sólo a estudiar un montón de escritos, dogmas, reglas, o aprendernos de memoria el credo. Todo ello, expresiones concretas de nuestro amor a Dios, pero un amor que sólo es posible desde el Amor. Conocimiento conyugal de quienes se entregan mutuamente y se van haciendo transparentes. De manera que podemos afirmar que conocemos a Jesús en la medida en que nos dejamos conocer por Éste, quién además, está bien dispuesto siempre a que le conozcamos, porque viene a nosotros, viene a nosotros, viene a nuestra intimidad, a nuestra soledad.
Recordemos que nuestro conocimiento siempre será imperfecto sin el amor, por ello, lo que cuenta en nuestro hoy y ahora es la integridad del amor. No se trata ni de multiplicar visiones de Jesús, ni de absolutizar retratos del mismo, se trata de ir amándolo, en el prójimo.
Sólo quiero acentuar otro rasgo de este conocer a Jesús. Es la tensión entre el tocar a Jesús y el no me toques. Jesús escapa y se hace accesible al mismo tiempo. No lo podemos encerrar en nuestras concepciones, pero tampoco lo podemos alejar de nosotros. Jesús se da y se retira. Así es como le experimentamos en nuestro hoy, como Aquél que nos llama, pero se retira, nos deja actuar libremente. Está ausente, pero se hace constantemente presente. Se va, pero ese irse suyo es una alegría para nosotros, puesto que es un permanecer aún más real si se quiere.
...(Continuara)...
Por: Pbro: Victor Tarazona
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